miércoles, 7 de octubre de 2009

Cuento No. 9

Fui de paseo a un lugar especial, montada en un viejo carrusel, girando y girando en mi caballo rosado podía ir y venir tantas veces quisiera, pero nunca podía quedarme.

En este lugar reinaba el color verde, era un lugar amplio y lleno de vida. Allí, montada y un poco incomoda, soñaba con poder apearme pero el carrusel seguía y seguía.
Allí había muchos niños y todos jugaban los uno con los otros. Brincaban, corrían, y gritaban de alegría; de mucha alegría.

Yo mientras me preguntaba porque el carrusel insistía en seguir girando, porque no se detenía un rato en aquel lugar tan lleno de felicidad y compañía.
Pero a veces me preguntaba ¿qué haría si realmente se cumplía mi sueño de apearme de ese lado?, pues si el caballo rosado regresaba al otro lado al girar y yo no estaba sobre el ¿Qué pensaría mi madre?. Yo debía permanecer sobre el caballo que ella había elegido para mí y saludarla agitando mi mano siempre que cruzaba frente a ella.

La música del carrusel era suave y delicada, me gustaba escuchar con atención los instrumentos que formaban parte de la melodía. Las canciones me ayudaban a soñar con aquel lugar al que iba de paseo una y otra vez pero en el que nunca podría apearme. Era más bien, una ilusión del paseo de mis sueños, una y otra vez.
Cada vez que el carrusel terminaba su ronda, mi caballo quedaba frente a frente de mi madre quien agitaba sus brazos para recibirme con un fuerte y caluroso abrazo. Ella no entendía porque si no me gustaba girar en el carrusel, quería volver a subir una y otra vez.
Le expliqué que en mi caballo rosado, que tenía una de sus patas rotas, viaja a un lugar especial lleno de magia, donde las flores brillaban y las mariposas eran de infinitos colores resplandecientes.

Mi madre no podía entender como un viejo y lento carrusel colocado en el patio de una casa podía transportarme a un lugar tan especial. Me explicaba una y otra vez que los carruseles giran sobre un eje y que era imposible que viajara a ningún lugar. Río de mí con dulzura y luego al ver que no lograría convencerme de lo contrario, empezó a entusiasmarme con la idea de viajar a Roma o África montada en aquel viejo caballo ya un poco desteñido. Al principio pensé que se burlaba de mí, pero luego me di cuenta que su intención era seguir la corriente como en una especie de juego. Realmente no creía que lo que le decía era posible, así que, empezó a inventar historias sobre caballos voladores y no sé cuantos disparates más.

Entonces enfurecí y le dije que comprobaría que lo que decía era totalmente verdadero. Le insistí en tomar el viaje conmigo, ella por complacerme decidió subir al carrusel. Los demás caballos se encontraban rotos pues mi padre al reparar el viejo carrusel solo preparó mi caballo pues quizás nunca imaginó que alguien viajaría conmigo alguna vez.

Mi madre encontró justo a mi lado un tubo un poco oxidado del cual decidió sostenerse para hacer el viaje parada junto a mí. Encendió el carrusel e iniciamos el viaje que demostraría que yo no estaba loca. Ella se sostuvo firmemente del tubo con una mano y con la otra me abrazaba pegada a su estomago. Entonces fue pocos segundos después cuando pudo ver de lo que yo le hablaba.
Sus ojos se llenaron de lágrimas pero al mismo tiempo su boca dibujo una sonrisa enorme. Me puse muy contenta, mi madre también había reconocido la magia de aquel lugar, me abrazó más fuerte por dos o tres segundos y salto del carrusel rápidamente con mucha agilidad. Me asusté, ahora ya no entendía que ocurría, ella apago el motor del carrusel y extendió los brazos para que yo bajara de mi caballo.

Le hice caso con un poco de tristeza, ¿qué estaba pasando?, acaso no era un sonrisa lo que había en su rostro al ver aquel paisaje de colores.
Tomó mi brazo con firmeza y me llevo hasta la puerta principal de la casa, Allí, por su propio mandato permanecí unos segundos mientras ella subía de dos en dos los escalones de las escaleras y regresaba corriendo con la cartera sobre su hombro.
Abrió la puerta aceleradamente, para entonces ya yo estaba llorando y preguntaba con temor que ocurría pero ella no contestaba.

Caminamos una cuadra completa y giramos en una dirección que nunca habíamos caminado antes. Entonces empecé a escuchar muchos niños gritando, no podía creerlo sonaba igual que aquel lugar especial, varios pasos después podía verlo con mis propios ojos. Estaba allí, frente a mí, y no había nada que me separara de él. Miré a mi madre a los ojos y sequé mis lágrimas, solté su mano y sin decir palabra me introduje en aquella grama y empecé a jugar como siempre había soñado.

Esa tarde, viajé por primera vez a ese lugar especial, ya no era un paseo frente al paisaje, ahora formaba parte de aquella magia.

Mariel Mena

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