Fui de paseo a un lugar especial, montada en un viejo carrusel... Este sitio no era un lugar cualquiera. Era mi utopía. Mientras subía y bajaba sobre mi unicornio de plástico, este me conducía alrededor de todo el lugar. Era un mundo espectacular. El sol radiaba alegría; un arcoiris brillaba con escarcha; el agua de los ríos sabía a jugo de cereza; los grillos tocaban una sinfonía de Mozart… Todo era perfecto.
Continuaba con mi excursión cuando, de repente, mi unicornio se detuvo. Frente a mí estaba un gran precipicio que aparentaba no tener fin. Al otro extremo del precipicio tampoco se podía definir nada ya que una gran neblina ocultaba todo. Me desmonté cuidadosamente e intenté girar al unicornio para que siguiera caminando en otra dirección. Este permaneció tan rígido como una roca.
Decidí entonces devolverme caminando. Pasé por el río, por el arcoiris de escarcha, por un bosque de algodón dulce, por muchos otros lugares encantadores pero no me quería detener. No estaba segura a donde era que quería llegar, pero sabía que no eran estos lugares. Había estado caminando durante casi cinco horas y ya estaba cansada. Decidí detenerme debajo de un gran árbol frondoso a tomar una siesta a ver, si además de descansar, podría aclarar mi mente y decidir que hacer.
Al despertarme, apenas podía reconocer el árbol debajo del cual estaba acostada. La gran neblina que había visto del otro lado del precipicio me había alcanzado y me rodeaba completamente. ¿Dónde estaba? ¿Qué era todo esto? ¿Cómo me podía regresar? ¿Quién me podría ayudar? Me cuerpo se llenó de miedo y ansiedad, cerré los ojos y empecé a llorar.
Mientras lloraba, empecé a escuchar una suave música alegre. También comencé a escuchar murmullos y risas. Abrí los ojos, y para mi sorpresa, estaba de vuelta en el carrusel viejo, encima del unicornio de plástico, dando vueltas dentro de una feria. Limpié las lágrimas de mi rostro. Y me desmonté.
Lisette García
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